“El sentimiento que es la vibración ante lo valioso no se reduce a mera efusividad pasajera y superficial, una sensación puramente subjetiva, carente de fundamento en la realidad. Se tiende a pensar esto último con demasiada frecuencia, arrojando con ello un halo de descrédito sobre la emotividad. Conviene, pues, insistir en que los sentimientos humanos más cualificados son relflejo de nuestra participación comprometida en realidades altamente valiosas. Los sentimientos que suscita este tipo de participación no son privativos del sujeto que los experimenta: son comunicables y compartibles”. “En las partituras no se indica el espíritu que inspira cada obra. Sólo figuran algunas notas e indicaciones generales sobre los tempi , los acentos, los legatos, el estaccato, etc., pero la dialéctica verbal es impotente para definir enteramente la dialéctica musical. El espíritu de la obra sólo podemos captarlo a base de intuición, experiencia, musicalidad, talento, y con un espíritu de fidelidad y simpatía. Si no adoptamos una actitud de comprensión, respeto y empatía hacia la obra y el autor, será difícil que demos una versión que transmita la riqueza de la obra. Cuando un compositor entrega una obra a la imprenta, sabe que corre el riesgo de que no encuentre un Príncipe Azul que la despierte de su letargo de Bella Durmiente. Es minentemente creativa y exige las condiciones propias de la creatividad”. Alfonso López Quintás, “Poder formativo de la música”